martes, 13 de marzo de 2012

LAS CIUDADES Y LOS NOMBRES

-- De ahora en adelante seré yo quien describa las ciudades. Cada una, como cada una inconfundible para los ojos de la mente. La ciudad, para el que pasa sin entrar, es una, y otra para el que está preso de ella y no sale. Mi mente sigue conteniendo un gran número de ciudades que no he visto ni veré, alguna rareza.

Iralama era una de las tantas ciudades donde no he llegado jamás, que me imagino
solamente a través del nombre. Ciudad gloriosa, tiene una historia atormentada, una ciudad en astillada en las laderas de un golfo, con ventanas altas y torres, cerrada como una copa, con una plaza profunda en el centro como un pozo y con un pozo en el centro.
El viento trae a veces una música de bombos y trompetas, cierto numero de objetos se desplaza en un determinado espacio, imanta miradas y pensamientos del que esta allá en lo alto. Unos están sobre las puertas de las casas, en el interior, cerca del perchero y el paragüero; en las mudanzas siguen a las familias y se instalan en los nuevos alojamientos a la entrega de las llaves, se dedicaban a todo lo que podía sacarse de donde estaba para ponerlo en otro lugar a fin de darle otro uso. En este sentido no hay nada de cierto en cuanto se dice de Iralama. Los otros están en la cocina, se esconden de preferencia bajo las ollas, o en la campana de la chimenea, o en el sucucho de las escobas. Iralama se repoblaba lentamente al reemerger de sótanos y madrigueras que forman parte de la casa y cuando la familia que la habitaba se va, ellos se quedan con los nuevos inquilinos. El orden de sucesión de las eras se ha perdido; las calles corren largas y rectas; las casas están reagrupadas con intervalos, no altas, y las separan terrenos con depósitos de carpinterías y aserraderos; el viento mueve la girándula de las bombas hidráulicas.

 Varias veces decayó y volvió a florecer, los caminos que bajan al valle son malos y sin embargo, del antiguo esplendor no se había perdido casi nada, todo estaba allí. La ciudad que dicen tiene mucho de lo que se necesita para existir, mientras la ciudad que existe en su lugar existe menos. Pero no es que vivan sólo de recuerdos: urden proyectos sobre la carrera que harán los niños cuando sean grandes; sólo se recuerda uno de ellos que durante muchos años sostuvo en un gallinero. Prestando atención especialmente de noche, en las casas de Iralama, se los oye parlotear y parlotear, hacerse reproches, echarse pullas, resoplidos, risitas irónicas. Las costumbres cambiaron varias veces.

El mar no está a la vista de la ciudad, escondido por una duna de la costa baja y ondulada, se asoma al borde del altiplano; se asentaba triunfalmente la nueva ciudad en el lugar, pero Iralama estaba allí antes de que todos estos intrusos llegaran. Nunca la había visto.
- También yo he pensado en un modelo de ciudad de la cual deduzco todas las otras

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